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El número de miembros fue siempre una variable de las Pussy Riot. Fundado por Nadya Tolokonnikova en 2011, en Moscú, el elenco rotativo de músicos y artistas llegó a contar con once activistas en sus presentaciones. Presentaciones provocadoras y no autorizadas en lugares públicos como forma de promover la igualdad de género, los derechos LGBT y la clara oposición al presidente ruso, Vladimir Putin y las élites rusas. Protestas que les valieron, y valen, una serie de condenas: María Alyokhina y Nadezhda Tolokonnikova cumplieron una pena de 21 meses de prisión tras una presentación en 2012; Alyokhina fue detenida en agosto de 2017 en la ciudad siberiana de Yakutsk, tras una protesta contra la prisión del cineasta ucraniano Oleg Sentsov; este año, dos miembros desaparecieron en Crimea y reaparecieron después de interrogados por las autoridades.
Pero, más que penas de prisión, las acciones de las Pussy Riot les han traído un público mundial para su mensaje y para la música post-feminista que hacen como banda punk. Seis años después de las primeras condenas, el colectivo continúa la revuelta contra el régimen de Putin y expandió su ira hacia Donald Trump, como es visible en el single "Make America Great Again" del EP, "XXX", lanzado en 2016.
En vivo, Pussy Riot, se apoya fuertemente en el electro rap y en las coreografías artísticas. Pero, como afirma Nadya, el objetivo va más allá del entretenimiento, con la voluntad de tener "consecuencias más profundas." Las recientes actuaciones han sido descritas como una celebración extática de los temas de la música de liberación e inclusión de grupos marginados y como una revuelta bailable que será difícil de golpear, y que llega, en agosto a la Playa Fluvial do Taboão.
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